miércoles, 3 de julio de 2013

EL CASTILLO DE OLOCAU

HOZNAHOCAB

La pequeña Salma no había visto nunca tan sombrío el rostro de su padre desde que su madre murió dos años antes. Halîm no había mostrado exteriormente el dolor y la angustia que le producía la perdida de su esposa con la que había compartido la vida desde que ambos siendo niños, aceptaron un destino que habían sellado sus padres.
Sin embargo  Salma que veía los sentimientos de su padre a través de la pupila de los ojos azules que se mostraban inexpresivos para otros, percibía el hondo dolor que consumía su vida.

Aquella tarde Abdel Salâm el joven esposo de su hermana había venido a visitarles como lo hacía frecuentemente en el ultimo mes de Yumada al-Thania.
Como en otras ocasiones Abdel Salâm la besaba con cariño y después mantenía bajo la garrofera del patio al abrigo del sol de poniente, una solemne conversación en voz baja con su padre mientras consumían en los mejores cuencos de barro la leche de la cabra que ella misma había ordeñado.
Salma se retiraba respetuosamente y observaba la escena con los ojos bien abiertos.

Abdel Salâm era el capitán de la tropa acuartelada en el castillo de Hoznahocab y su porte y envergadura estaban en consonancia con su rango ya que solo obedecía al Caíd de la alcazaba.
Los refuerzos metálicos que se repartían por sus ropas junto con las armas que portaba no dejaban lugar a dudas de su condición guerrera.
Hoy sin embargo la visita tenía un tono diferente. Como otras veces Abdel Salâm insistía en que debían acompañarle al castillo donde su hermana Buthayna les esperaba a los dos con impaciencia, pero otras veces Halîm declinaba amablemente el ofrecimiento de su yerno que con gesto apesadumbrado montaba en el caballo negro con manchas blancas  próximas a los cascos en las patas y se alejaba lentamente a enfrentarse con su esposa, no sin antes besar en la frente a la niña.

En esta ultima visita Salâm no dejaba una sombra de duda en sus intenciones.
Traía dos monturas con alforjas de esparto vacías y otros dos jinetes le acompañaban.
Tenía transformado el rostro en una feroz mueca que Salma no había visto nunca. Esta vez su padre calló y las suaves palabras de Abdel se transformaron en secas instrucciones.
En poco tiempo y con ayuda de los dos jinetes, algunos víveres y ropa fueron cargadas en las monturas y ella misma fue acomodada suavemente sobre el caballo mientras su padre caminaba tirando del ronzal.
La comitiva progresaba lentamente y en silencio.
Las ultimas horas del crepúsculo enrojecían el bosque y luces de antorchas iluminaban las almenas de Hoznahocab.
La ultima parte del trayecto se hizo a pie y sujetando las monturas por una fortísima pendiente.
Casi en las puertas de la fortaleza, los caminantes volvieron sus rostros al valle cubierto ya por el velo de la noche.
Un gran número de fuegos esparcidos como luciérnagas sorprendió a la pequeña Salma mientras un murmullo entrecortado por alguna carcajada y  los ruidos de las armas llegaban hasta el castillo.



"gentes de armas de al-Kambitur han conquistado Valencia"

Fue la lacónica explicación de Abdel a Salma.


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