No podemos engañarnos. El ruido del ambiente nos adormece con demasiada frecuencia. Nos empeñamos en mantenerlo con charla, con música, con noticias. Al escribir sin embargo estamos solos. Un diálogo interior del que queda solo una parte. Muchas veces sobre tinta electrónica, casi tan frágil como el pensamiento que lo ha producido. Es el resultado de la intención.
Adornada, envuelta para regalo, la escritura se ofrece como un presente. Queda en posesión de unos ojos que no ves, pero como decía Machado, que te ven, que te juzgan.
Esta desnudez, exibicionismo en las palabras, es aprovechada por el propio autor que crea su personaje de escritor. Como un avatar, un alter ego, una marioneta de si mismo.
Lo que no puede hacer el escribiente, es esconderse de si mismo. La soledad y la concentración, la inmovilidad, le impide huir de sus propios sentimientos.
Intuye que son comunes y su éxito consiste en conjugar la diferencia con similitud.
Cuando contempla su obra, intenta medir la impresión que ofrece la particular combinación de sus palabras.
Es un frágil artificio. Solo la pasión convertida en prosa o verso consigue conmover. El lector quiere reconocerse, reconocer su propio sentimiento que quiere encontrar en una imagen semejante a el. El lector es el alter ego. No un si mismo que no existe. Ese dialogo interior es la conversación imaginada con el otro, con los otros que sabemos están esperando nuestra desnudez, para reconocer la suya. En nosotros, en el el personaje o en la historia.
La escritura es el anzuelo que mordemos para siempre.
jueves, 17 de diciembre de 2015
SENTIR QUE ES CIERTO (Agradecimiento)
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