domingo, 30 de diciembre de 2012

INVIERNO



Las tardes de invierno son cortas pero bellas. El sol declina en el horizonte y caminar por el monte frío con la ropa adecuada, es una delicia en nuestras latitudes .
Me gusta ascender en el crepúsculo sobre cualquiera de las elevaciones próximas a la ciudad, para observar los colores del cielo enrojecido, al tiempo que las luces de los núcleos habitados se encienden como luciérnagas parpadeantes en la lejanía.
El bullicio que producen los insectos en las estaciones más calurosas está totalmente ausente y me sorprendo gratamente cuando alguna errática y pequeña mariposa se cruza al anochecer delante de mis ojos.
¿Que sera? ¿ A donde irá?
El resto del tiempo es un caminar apacible, charlando, mientras de reojo observo la naturaleza aparentemente detenida.
Los ubicuos algibes que me enamoran, posan para mi como vedetes de un desfile ofreciéndome todos los ángulos de su belleza.
Un poco más arriba una charca devenida en barrizal me muestra un buen numero de pisadas de animales entre los que creo adivinar las de los invisibles gorrinos de la Calderona.
Abandonamos la que ha sido hasta ahora una ancha y recientemente arreglada pista forestal para ir poco a poco ascendiendo por una definida senda que serpentea por una de las laderas del barranco.


El tiempo se nos acaba, la noche se va enseñoreando del ambiente y no llevamos las luces habituales.
Como nos gustaría poder seguir un poco más. Hoy la vuelta se queda corta y regresamos despacio, como queriendo alargar el tiempo, mientras en silencio la luna, hace sombras chinescas con los arboles en el camino y que a mi pesar al no llevar trípode no consigo captar.


Un par de horas al atardecer, una brizna de yerba, una mota de polvo, pero una gran compensación emocional.

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